miércoles, 23 de diciembre de 2009

Una historia de Navidad: La muñeca y la rosa blanca






Entré de prisa en la tienda a comprar unos regalos de Navidad de última hora. Había mucha gente, me llevaría una eternidad hacer el recado y no tenía tiempo para tanto. La Navidad se había convertido ya, casi, en una molestia; hasta deseaba dormir durante toda la Navidad.




Aún así me apresuré lo más que pude, entré en el departamento de juguetes. Otra vez más, me encontré murmurando para mí mismo, sobre los precios de aquellos juguetes. Me pregunté si mi sobrino jugaría realmente con ellos.


De pronto, me encontré en la sección de muñecas. En una esquina, me encontré un niñito, de unos 5 años, sosteniendo una preciosa muñeca. Estaba tocándole el cabello y la sostenía muy tiernamente. No me pude aguantar; me quedé mirándolo fijamente y preguntándome para quién sería la muñeca que sostenía, cuando de pronto se le acercó una mujer, a la cual llamó tía.


El niño le preguntó:


- ¿Estás segura de qué no tengo dinero suficiente?


Y la mujer le contestó, con un tono impaciente:


- Tú sabes que no tienes suficiente dinero para comprarla. - La mujer le dijo al niño que se quedara allí donde estaba mientras ella buscaba otras cosas que le faltaban. El niño continuó sosteniendo la muñeca.


Después de un ratito, me acerqué a él y le pregunté para quién era la muñeca. Él me contestó:


- Esta muñeca es la que mi hermanita deseaba con tanto anhelo para Navidad. Ella estaba segura que Santa Claus se la iba a traer.


Yo le dije que lo más seguro era que Santa Claus se la traería. Pero él me contestó:


- No, Santa no puede ir a donde mi hermanita está. Yo le tengo que dar la muñeca a mi mamá para que ella se la lleve a mi hermanita.


Yo le pregunté dónde estaba su hermana. El niño, con una cara muy triste me contestó:


- Ella se ha ido con Jesús. Mi papá dice que mamá se va a ir con ella también.


Mi corazón casi deja de latir. Volví a mirar al niño una y otra vez. Él continuó:


- Le dije a papá que le dijera a mamá que no se fuera todavía. Le dije que le dijera a ella que esperara un poco hasta que yo regresara de la tienda.


El niño me preguntó si quería ver su foto y le dije que me encantaría. Entonces, el saco unas fotografías que tenía en su bolsillo y me dijo:


- Le dije a papá que le llevara estas fotos a mi mamá para que ella nunca se olvide de mí. Quiero mucho a mi mamá y no quisiera que ella se fuera. Pero papá dice que ella se tiene que ir con mi hermanita.


Me di cuenta que el niño había bajado la cabeza y se había quedado muy callado. Mientras él no miraba, metí la mano en mi cartera y saque unos billetes. Le dije al niño que contáramos el dinero otra vez. El niño se entusiasmo mucho y comentó:


- Yo sé que es suficiente.


Y comenzó a contar el dinero otra vez. El dinero ahora era suficiente para pagar la muñeca. El niño, en una voz muy suave, comentó:


- Gracias, Jesús, por darme suficiente dinero. Yo le acababa de pedir dinero para comprar esta muñeca, para que así mi mamá se la pueda llevar a mi hermanita. Y él oyó mi oración. Yo le quería pedir dinero suficiente para comprarle a mi mamá una rosa blanca también, pero no lo hice. Pero él me acaba de dar suficiente para comprar la muñeca y la rosa para mi mamá. A ella le gustan mucho las rosas. Le gustan mucho las rosas blancas.


En unos minutos la tía regresó y yo, desapercibidamente, me fui.


Mientras terminaba mis compras, con un espíritu muy diferente al que tenía al comenzar las compras, no podía dejar de pensar en el niño.


Me acordé, entonces, de una historia que había ocurrido hacía algunos días en la que un conductor ebrio causó un accidente donde había fallecido una niñita y su mamá estaba en estado de gravedad. La familia estaba deliberando si seguir manteniendo a la mujer mediante la reanimación artificial. Me di cuenta de inmediato que este niño pertenecía a esa familia. Dos días más tarde leí en el periódico que habían desconectado la máquina que mantenía viva a la mujer del accidente y que había muerto. No me podía quitar de la mente al pobre niño.


Más tarde, ese mismo día, fui y compré un ramo de rosas blancas y las llevé a la funeraria donde velaban el cuerpo de la mujer. Y allí estaba la mujer del periódico, con una rosa blanca en su mano, una hermosa muñeca, y la foto del niño en la tienda.


Me fui llorando... mi vida había cambiado para siempre. El amor de aquel niño por su madre y su hermanita era enorme. En un segundo, un conductor ebrio le había destrozado la vida en pedazos a aquel niñito.


Ahora tú tienes la opción, tú puedes cambiar tus actitudes y ser más sensible ante las necesidades de los demás, pudiendo convertirte en instrumento de Dios para ayudar a otros, no actúes como si este mensaje no te hubiera tocado el corazón.


Los amigos son ángeles que nos ayudan a ponernos de pie otra vez cuando nuestras alas olvidan como volar.






¡FELIZ NAVIDAD!!

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

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